PRINCIPIO DEL
BIEN COMUN.
De la dignidad,
unidad e igualdad de todas las personas deriva, en primer lugar, el principio
del bien común, al que debe referirse todo aspecto de la vida social para
encontrar plenitud de sentido. Según una primera y vasta acepción, por bien
común se entiende: "El conjunto de condiciones
de la vida social que hacen posible a las asociaciones y a cada uno de sus
miembros, el logro más pleno y más fácil de la propia perfección".
El bien común no consiste en la simple suma de los bienes particulares de cada sujeto del cuerpo social. Siendo de todos y de cada uno, es y permanece común, porque es indivisible y porque sólo juntos es posible alcanzarlo, acrecentarlo y custodiarlo, también en vistas al futuro.
Como el actuar moral del
individuo, se realiza en el cumplimiento del bien, así el actuar social alcanza
su plenitud en la realización del bien común. El bien común se puede considerar
como la dimensión social y comunitaria del bien moral.
EL DESTINO UNIVERSAL DE LOS BIENES
El destino universal de los bienes comporta un esfuerzo
común, dirigido a obtener para cada persona y para todos los pueblos, las
condiciones necesarias de un desarrollo integral, de manera que todos puedan
contribuir a la promoción de un mundo más humano, « donde cada uno pueda dar y recibir, y donde el progreso de unos no
sea obstáculo para el desarrollo de otros, ni un pretexto para su servidumbre ».
Este principio corresponde al llamado que el Evangelio incesantemente dirige a
las personas y a las sociedades de todo tiempo, siempre expuestas a las
tentaciones del deseo de poseer, a las que el mismo Señor Jesús quiso someterse
(cf. Mc 1,12-13; Mt 4,1-11; Lc 4,1-13) para enseñarnos el
modo de superarlas con su gracia.
El principio del destino universal de los bienes exige que se vele con particular solicitud por los pobres, por aquellos que se encuentran en situaciones de marginación y, en cualquier caso, por las personas cuyas condiciones de vida les impiden un crecimiento adecuado. A este propósito se debe reafirmar, con toda su fuerza, la opción preferencial por los pobres: « Esta es una opción o una forma especial de primacía en el ejercicio de la caridad cristiana, de la cual da testimonio toda la tradición de la Iglesia. Se refiere a la vida de cada cristiano, en cuanto imitador de la vida de Cristo, pero se aplica igualmente a nuestras responsabilidades sociales y, consiguientemente, a nuestro modo de vivir y a las decisiones que se deben tomar coherentemente sobre la propiedad y el uso de los bienes. Pero hoy, vista la dimensión mundial que ha adquirido la cuestión social, este amor preferencial, con las decisiones que nos inspira, no puede dejar de abarcar a las inmensas muchedumbres de hambrientos, mendigos, sin techo, sin cuidados médicos y, sobre todo, sin esperanza de un futuro mejor ».
La miseria humana es el signo evidente de la condición de debilidad del hombre y de su necesidad de salvación. De ella se compadeció Cristo Salvador, que se identificó con sus « hermanos más pequeños » (Mt 25,40.45). « Jesucristo reconocerá a sus elegidos en lo que hayan hecho por los pobres. La buena nueva "anunciada a los pobres" (Mt 11,5; Lc 4,18) es el signo de la presencia de Cristo ».
Jesús dice: « Pobres tendréis siempre con vosotros, pero a mí no me tendréis siempre » (Mt 26,11; cf. Mc 14,3-9; Jn 12,1-8) no para contraponer al servicio de los pobres la atención dirigida a Él. El realismo cristiano, mientras por una
Parte aprecia los esfuerzos laudables que se realizan para erradicar la pobreza, por otra parte pone en guardia frente a posiciones ideológicas y mesianismos, que alimentan la ilusión de que se pueda eliminar totalmente de este mundo el problema de la pobreza. Esto sucederá sólo a su regreso, cuando Él estará de nuevo con nosotros para siempre. Mientras tanto, los pobres quedan confiados a nosotros y en base a esta responsabilidad seremos juzgados al final. (cf. Mt 25,31-46): « Nuestro Señor nos advierte que estaremos separados de Él si omitimos socorrer las necesidades graves de los pobres y de los pequeños que son sus hermanos ».
El amor de la Iglesia por los pobres, se inspira en el Evangelio de las bienaventuranzas, en la pobreza de Jesús y en su atención por los pobres. Este amor se refiere a la pobreza material y también a las numerosas formas de pobreza cultural y religiosa.
La Iglesia « desde los orígenes, y a pesar de los fallos de muchos de sus miembros, no ha cesado de trabajar para aliviarlos, defenderlos y liberarlos. Lo ha hecho mediante innumerables obras de beneficencia, que siempre y en todo lugar continúan siendo indispensables ». Inspirada en el precepto evangélico: « De gracia lo recibisteis; dadlo de gracia » (Mt 10,8), la Iglesia enseña a socorrer al prójimo en sus múltiples necesidades y prodiga en la comunidad humana innumerables obras de misericordia corporales y espirituales: « Entre estas obras, la limosna hecha a los pobres es uno de los principales testimonios de la caridad fraterna; es también una práctica de justicia que agrada a Dios », aun cuando la práctica de la caridad no se reduce a la limosna, sino que implica la atención a la dimensión social y política del problema de la pobreza. Sobre esta relación entre caridad y justicia retorna constantemente la enseñanza de la Iglesia: « Cuando damos a los pobres las cosas indispensables no les hacemos liberalidades personales, sino que les devolvemos lo que es suyo. Más que realizar un acto de caridad, lo que hacemos es cumplir un deber de justicia ». Los Padres Conciliares recomiendan con fuerza que se cumpla este deber « para no dar como ayuda de caridad lo que ya se debe por razón de justicia ». El amor por los pobres es ciertamente « incompatible con el amor desordenado de las riquezas o su uso egoísta » (cf. St 5,1-6).
Es importante compartir con los pobres y necesitados parte de lo que poseemos, ya que en ellos podemos encontrar a jesús.
ResponderEliminarHacer obras de Misericordia cada vez que podamos es necesario para sentirnos bién con nossotros mismos y para agradar a Dios.
He tratado de inculcar en mis hijos el amor y misericordia pos los pobres y necesitados y dar una limosna o una ayuda a los ancianos y enfermos principalmente, ya que con esto se genera una sensación de satisfacción, placer y alegría de que has realizado una buena obra, sin esperar nada a cambio, solamente agradar a Dios con tus actos.
debemos motivar a los niños y jovenes a amar a sus semejantes para erradicar la violencia y la cultura del odiode nuestro querido pais.
F. Gilma de Pleitez
Puez me alegra mucho saber que la Iglesia esta en contra de la pobreza mungial
ResponderEliminarEs bueno saber que existen personas que luchan por la justicia y el amor en el mundo.
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